Era una de esas tardes tranquilas de verano, cuando los colores de la puesta del solparecían prenderse en el cielo más tiempo del que era de esperar en Estocolmo duranteel mes de junio. Me encontraba de pie ante los ventanales, contemplando los maticesrosa pálido, dorado intenso y azul eléctrico, notando en el cogote esa sensación quesiempre me anunciaba problemas importantes e inminentes.El teléfono sonó con estridencia al otro ladea de la estancia. Batí el récord de carreraspedestres para llegar junto a él. Levanté el instrumento, una pieza antigua estilo Imperial,de bronce, de la mesa del vestíbulo, y tardé unos instantes en hablar, a fin de estarseguro de que mi voz no sería chillona al decir «diga».—¿Coronel Bayard? — preguntó una voz desde el otro extremo — Le llama Freiherrvon Richthofen. Un momento, por favor...A través de la arcada de comunicación con el comedor, vi el oscuro resplandor de loscabellos rojos de Barbro que movía la cabeza dando el visto bueno a la botella de vinoque le mostraba Luc. La araña de luces que colgaba por encima de su cabeza proyectabasuaves destellos sobre la nívea mantelería, el fulgurante cristal, la antigua vajilla deporcelana y la plata reluciente. Teniendo a Luc como mayordomo, todas las comidas eranun festín, pero yo había perdido el apetito. Sin saber por qué. Richthofen era un viejo yquerido amigo, así como jefe del Servicio de Inteligencia Imperial...—Brion — inquirió la voz con ligero acento de Richthofen a través del acampanadoauricular del teléfono Celebro encontrarte en casa.
Disponible también para ver online en HTML. Una vez en la página clicar en: VER HTML - Descargar PDF.
Para ver más información debes estar identificado / registrado.