Carlos sabía que dos años atrás los labios de la mujer habían sido cosidos por los guardias que habían invadido y ocupado su misión médica en la costa del Pacífico de la pequeña nación sudamericana de Guacamayo. El gobierno había considerado sus esfuerzos humanitarios a favor de los indios como un sutil pero insidioso estigma del marxismo. Por eso, mientras cosían sus labios, los agentes del status quohabían dejado deliberadamente de usar tanto antisépticos como anestésicos. Hoy, sobre el césped y bajo los pinos del Centro de Rehabilitación de Víctimas de la Tortura de Amnistía Internacional en Warm Springs, Georgia —uno de los siete centros sanitarios de esas características en el mundo—, Eleanor Riggins-Gálvez estaba sentada en su silla de ruedas, respondiendo a las preguntas del corresponsal de la TV. Su voz era clara, pero las secuelas de la barbarie de los guardias se revelaba en las contracciones persistentes de su boca y en el repliegue involuntario de un párpado. Carlos pensaba que tenía el aspecto de una momia animada. No obstante, sus ojos enrojecidos todavía resplandecían con un brillo perturbador
Disponible también para ver online en HTML. Una vez en la página clicar en: VER HTML - Descargar PDF.
Para ver más información debes estar identificado / registrado.