-Echaré de menos su conversación durante el resto del viaje -dijo el alienígena.El doctor capitán Simón Afriel cruzó sus enjoyadas manos sobre su chaleco repujadode oro.-Yo también lo lamento, alférez -dijo en el siseante idioma del alienígena-. Nuestrascharlas conjuntas me han sido muy útiles. Habría pagado por aprender tanto, pero ustedme lo ha ofrecido gratis.-Pero si no fue más que información -respondió el alienígena. Cubrió con gruesasmembranas nictitantes sus ojos brillantes como canicas-. Los inversores tratamos conenergía y con metales preciosos. Valorar y perseguir simple conocimiento es unatendencia racial inmadura. -El alienígena alzó la larga corona irregular tras sus orejasdiminutas.-Sin duda tiene razón -dijo Afriel, sin hacerle caso-. Sin embargo, los humanos somoscomo niños a las otras razas, así que cierta inmadurez parece natural en nosotros. -Sequitó las gafas de sol para frotarse el puente de la nariz. La cabina de la astronave estabainundada de ardiente luz azul, densamente ultravioleta. Era la luz que preferían losinversores, y no estaban dispuestos a cambiarla por un simple pasajero humano.-No lo han hecho mal -dijo el alienígena, magnánimo-. Son el tipo de raza con la quenos gusta hacer negocios: jóvenes, ansiosos, plásticos, dispuestos a una amplia gama deproductos y experiencias. Podríamos haber contactado con ustedes mucho antes, pero sutecnología era aún demasiado débil para producirnos beneficios
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