—Caballeros, creo que quizá yo tenga la solución a su problema —murmuró con voz humilde Isaac, el mayordomo, mientras servía el brandy. —¡Es imposible! —jadeó Movias—. Esto no es más que un truco para impedirme que recite mi condensación del Diccionario de Johnson en verso libre. —Continúa, Isaac —dijo Savimo—. No hagas caso de ese pesado. —Gracias, señor. En primer lugar, enseguida me di cuenta de que el difunto doctor Osmavi era, evidentemente, un caballero muy erudito. —¿Y qué pruebas tienes de eso? —preguntó Movias. —Señor, el que en su apartamento estuviera presente La tabla periódicade Primo Levi. En otras palabras…, un libro. —¡Por… supuesto! —Bien, caballeros, ya sabemos que el Departamento de Policía de Nueva York examinó ese libro de la forma más concienzuda posible, buscando el código secreto que, según las últimas palabras del doctor Osmavi, debía encontrarse «enel libro». Buscaron por entre todas las páginas; hurgaron en el lomo y despegaron las tapas. Pero no se les ocurrió tomar en consideración la posibilidad de que, debido a su mentalidad erudita y cultivada, el doctor Osmavi podía haber pronunciado sus últimas palabras indicando no alguna tirilla de papel, sino ¡un mensaje realmenteescrito en el libro
Disponible también para ver online en HTML. Una vez en la página clicar en: VER HTML - Descargar PDF.
Para ver más información debes estar identificado / registrado.