Soy la primera en admitir que nunca he entendido por qué lo llaman el «Estado jardín». Y sobre todo no entendía por qué, después de siete años sabáticos en la Costa Oeste, me sentía feliz de estar de vuelta en Nueva Jersey. Al fin y al cabo, todo el mundo asocia Nueva Jersey con los malsanos humos industriales que flotan sobre el nudo de la autopista Turnpike en Newark y no con el frondoso follaje otoñal que transcurre a ambos lados de la Garden State Parkway. Nuestro estado es blanco de todas las burlas en las tertulias televisivas nocturnas, aunque nunca se menciona el gran sentido del humor con que encajamos todos esos comentarios des pectivos. También es un error frecuente asumir que nosotros, los de jersey, sufrimos un complejo de inferioridad colectivo por vivir justo al lado de Nueva York, la ciudad que nunca duerme. No importa. Tampoco somos nosotros quienes sufrimos atentados terroristas. Quizá, por fin a alguien se le ocurrió que bastante desgracia teníamos....
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