En efecto, se ensalzaban hechos más recientes; héroes más jóvenes desfilaban por lascalles de la ciudad y por los pasillos del palacio, y se brindaba por ellos en las tabernas delos pueblos. Mudaron las alianzas, estallaron nuevas guerras para restañar viejas heridas,brillantes victorias mitigaron antiguas derrotas, un rey sucedió a otro rey, unos parablandir la espada y otros para rendirla.Y, por encima de todo, por encima de insignificantes o importantes guerras, por encimade jefes poderosos o débiles, por encima de prolongados años de paz durante los cualeslos caminos eran seguros y las cosechas copiosas, la Montaña permanecía dormida, puesel rito de los centinelas de piedra era respetado, aunque todo lo demás cambiara. Laspiedras vigilaban, se mantenían los fuegos de naal, y así nunca se hacía efectiva laterrible profecía de que las piedras de Ginserat de azules se tornarían en rojas.Y, bajo la gran montaña Rangat, la de Hombros de Nubes, en el norte azotado por elviento, una figura se retorcía entre cadenas, devorada por el odio hasta los límites de lalocura, perfectamente consciente de que los centinelas de piedra avisarían si forzaba suspoderes para liberarse
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