Shefford detuvo su cansado caballo y contempló con ojos de asombro el paisaje.
Ante él extendíase una ladera de artemisa que bajaba con suaves ondulaciones hacia Laguna Roja, un cauce seco, desnudo y rutilante, una especie de agujero abierto en el erial, una puerta solitaria y desolada en la vasta y abrup¬ta región selvática, allende la altiplanicie.
Shefford había caminado penosamente durante toda la larga jornada, teniendo siempre ante sí la baja línea del horizonte cual ilusivo espejismo jamás alcanzable. Durante los días anteriores había cabalgado por las desnudas co¬linas y dunas del desierto, y siempre habíanle engañado las distancias.
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