Arus, el guardia nocturno, aferró su ballesta con manos temblorosas y sintió unas pequeñas gotas de pegajoso sudor sobre su piel mientras contemplaba el horrible cadáver que yacía sobre el suelo resplandeciente. Es profundamente desagradable encontrarse con la Muerte a medianoche en un lugar solitario. El guardián se hallaba en un amplio corredor iluminado por enormes velas colocadas en los nichos que había en las paredes. Entre un nicho y otro, los muros aparecían cubiertos de tapices de terciopelo negro, y entre estos colgaban escudos y armas cruzadas con formas fantásticas. También había, aquí y allá, imágenes de extraños dioses; se trataba de figuras talladas en piedra o en maderas raras, o bien fundidas en bronce, hierro o plata, que se reflejaban tenuemente en el reluciente suelo negro
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