Hay dos partes bien definidas: la primera titulada “El dolor”, la más extensa, la más dolorosa, la que, según Duras, encuentra escrita en unos diarios sin que ella recuerde en qué momento lo hizo. Pero lo que no cabe duda es que el dolor se deja entrever en cada una de sus líneas. Los días de tormento, de espera, de ira, de una frágil esperanza que en los momentos finales de la Segunda Guerra Mundial dejaron una sensación de abatimiento, pero también de fracaso colectivo, porque como dice Robert Antelme, en el libro con el pseudónimo de Robert L.:“...no acusó a nadie, a ninguna raza, a ningún pueblo, acusó al hombre. Al salir del horror, moribundo, delirando, Robert L. conservaba aún la facultad de no acusar a nadie, excepto a los Gobiernos que están de paso en la historia de los pueblos”. Finaliza las confesiones de Robert L. con una contundente frase: “Cuando me hablen de caridad cristiana, responded Dachau”. El final de esta primera parte del libro termina con las desgarradoras palabras de Duras: “No murió en el campo de concentración”.
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