V. La carta de advertencia-¿Sabes Austin -dijo Villiers, mientras ambos amigos paseaban serenamente a lo largo de Picadilly una agradable mañana de mayo- sabes que estoy convencido que lo que me contaste acerca de Paul Street y de los Herberts es un mero episodio de una historia extraordinaria? Además, debo cofesarte que cuando te pregunté por Herbert hace unos meses atrás, recién me lo había encontrado.-¿Lo habías visto? ¿Dónde?-Me pidió limosna una noche en la calle. Se encontraba en la condición más lamentable, pero reconocí al hombre y lo tuve contándome su historia, o por lo menos un esbozo de ella. En resumen, llegó a lo siguiente: había sido arruinado por su mujer.-¿De qué forma?-No me lo dijo; sólo dijo que ella lo había destruido, en cuerpo y alma. El hombre está muerto ahora.-¿Y que fue de su mujer?-Ah, eso es lo que me gustaría saber, y pretendo encontrarla tarde o temprano. Conozco a un hombre llamado Clarke, un tipo seco, de hecho, un hombre de negocios, pero suficientemente despierto. Tú comprendes a lo que me refiero, no despierto en el mero sentido comercial de la palabra, sino que un hombre que realmente sabe algo acerca del hombre y la vida. Bueno, le expuse el caso y realmente se impresionó. Dijo que necesitaba ser considerado y me pidió que volviera en el transcurso de una semana. Pocos días después, recibí esta extraordinaria carta
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