Al ponerse el sol la selva estaba solitaria. El mayor silencio reinaba en ella. Dulce perfume de abeto y flores campestres saturaba el aire. Todo era áureo, colorado o verde. El único hombre que avanzaba entre los copudos árboles confundíase con ellos en medio de un derroche fantástico de colores.
Los últimos rayos del sol poniente teñían de arrebol la cima de Old Baldy, la más alta de todas las Monta¬ñas Blancas. A los pies de esta montaña, de unos tres mil metros de altura, se extendía, rodeada y aislada por desiertos de Arizona, una inmensa región de tupidos bos¬ques y agrestes y frondosos montes, mansión de alces y ciervos, osos y pumas, lobos y zorras, domicilio y refugio de los apaches.
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