De pronto, Sir Hugh rodeó con un brazo los hombros de Sabrina y dijo:
—Esta es mi última posesión, caballeros. He entregado cuanto tenía, excepto a mi hija. ¿Cuánto ofrecen por ella? —Sabrina miró a su padre consternada y vio que estaba completamente ebrio. Había llegado a un punto en que era capaz de decir y hacer cualquier cosa.
—¡No, papá, por favor...! —suplicó, abrasadas las mejillas por la humillación que sentía. Pero en aquel momento una clara voz varonil sonó al fondo de la estancia.
—¡Yo ofrezco diez mil libras por esa muchacha!
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