Toda Francia terminó por saber que el príncipe de Bauffremmont tenía más o menos los mismos gustos del cardenal del que acabamos de hablar. Le habían concedido por esposa a una señorita muy novata, a la que, según la costumbre, no habían aleccionado hasta la víspera. - Sin más explicación – dijo la madre -, porque la decencia no me permite entrar en ciertos detalles, hay una sola cosa que debo recomendarte, hija mía; desconfía de las primeras proposiciones que te haga tu marido, y dile con firmeza: no, señor, de ningún modo es por allí por donde se posee a una mujer honesta; por cualquier otro lado, tanto como le guste, pero por allí no, por cierto...
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