Mis libros han aparecido en muy diversos países, en idiomas muy dife-rentes, durante estos años pasados. Hasta ahora ningún editor, ningún pe-riódico y ninguna red radiofónica me había ofrecido la oportunidad de pre-sentar mi versión de lo ocurrido, de manera que he quedado como un hom-bre acusado de algo e incapaz de defenderse. Ahora han cambiado las cosas porque en esta edición española de El Médico de Lhasa, mi editor es pañol me ha ofrecido publicar mis propios come ntarios. Hace unos años se produjo en Inglaterra un ataque contra mi integridad moral. Este ataque fue movido en la Prensa por una reducida pandilla que me tenía una gran envidia. La Prensa mundial pensó que tenía en esto un jugoso bocado porque, con excesiva frecuencia, la Prensa tiene que tomarla con alguien para levantar su circulación cuando ésta decae, de modo muy semejante a como un anciano puede ponerse una inyección de hormonas o de glándulas de mono o algo por el estilo. Esto es lo único que necesito d e-cir sobre el asunto en lo que respecta a la Prensa, ya que cualquiera que co-nozca algo de este tema se dará cuenta de que la Prensa no es precisamente el medio adecuado para difundir la verdad sino sólo lo sensacionalista. La Prensa, con demasiada frecuencia, sirve sólo para halagar las emociones más bajas del hombre.
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