Las
«conversaciones con Francis Bacon» que siguen se mantuvieron en francés y reúnen la mayoría de los
grandes temas que el artista no dejó de abordar, a los que dio vueltas con
obstinación durante toda su vida: el arte, la vida, la muerte, las pasiones,
los grandes temas universales..., pero también su trabajo, sus amistades, sus
viajes, sus lecturas, el alcohol, Picasso, Giacometti,
Velázquez, of course, e incluso su
interés por el videoarte... Hablar le divertía. Hablar le excitaba. Hablar era
también un arte para él. No dudaba en volver y volver sobre un tema, desmenuzar
una idea, cebarse con una palabra para desnudarla mejor, armado de varios
diccionarios si era preciso..., predicando, también, a su manera, un discurso
sabiamente meditado hasta la más mínima evocación, como si quisiera, una vez
más, dejar a la vista sus demonios familiares. Siempre exigente, alguna vez con
lagunas. Provocaba ?adoraba provocar? y seducía, no sin humor. Entre las
charlas grabadas y las notas que tomé durante
nuestras entrevistas, he tratado de escoger las frases que expresan mejor la
proximidad, sencillez y complejidad?y también la extrema ambigüedad?de un
hombre entregado a su pasión, a la pintura.
Ya no se reconoce el modelo, la figura es humana, simplemente humana,
hecha de carne y de sangre. Interviene Bacon, el cirujano, el carnicero. El que
repiensa la anatomía, el que trabaja la carne, el que cuenta toda su
plasticidad en su masa, con la medida de un espacio sideral. Esos hombres-carne
misteriosos ejecutan sus piruetas de la desesperación en el vacío y
evolucionan, atraídos por no se sabe qué imán, en un cielo sin horizonte.
¿Dónde estamos? ¿En qué reino? ¿En qué universo? ¿Dónde debe mantenerse el
cuerpo? Se propaga por esos cuadros un onirismo de crueldad, un enigma de
drama, un «olor a muerte». El pintor exhibe sus criaturas en toda su brutalidad
implacable. Representa su teatro de tragedia sin pathos.
Somos de
carne, ¿no? Cuando voy a la carnicería siempre me parece sorprendente no estar
allí, en el sitio de los trozos de carne. Y luego, hay un verso de Esquilo que
atormenta mi espíritu: «El olor a sangre humana no se me quita de los ojos»...
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