Aquella criatura se detuvo, acurrucada contra el suelo, y miró fijamente los diminutos puntos de luz que brillaban ante ella, resplandeciendo suavemente a través de la oscuridad. La criatura gimió, asustada e incómoda. El mundo resultaba demasiado caliente y húmedo y la oscuridad demasiado densa. Existía mucha vegetación y demasiado grande y desproporcionada. La atmósfera se hallaba en violenta conmoción y la vegetación parecía hallarse sometida a un puro sufrimiento. A lo lejos, en la lejanía, se apreciaban unos vagos destellos de luz, que no aclaraban la noche, y en alguna parte lejana, algo parecía quejarse en unos largos y sordos ruidos prolongados. A su alrededor existía vida, mucha más vida de la que cualquier planeta tenía derecho a poseer; pero una vida estúpida y atrasada, parte de ella apenas algo más que un puro estremecimiento biológico; pequeños puñados de materia que apenas si podían reaccionar débilmente a ciertos estímulos. Tal vez, se dijo aquella criatura a sí misma, no debería intentar con tanto ahinco el continuar abriéndose camino hacia alguna parte. Quizás debería contentarse con permanecer en aquel lugar sin nombre, donde no existía ningún otro ser, ni sensación de recuerdo excepto un conocimiento, extraído de alguna parte, de que debiera haber otros seres. Aquello, mezclado con ocasionales ráfagas de inteligencia, retazos inconexos de información que exacerbaban la lucha por escapar, como un individuo aislado, le impulsaban a saber por qué estaba allí y por qué medios se encontraba en semejante situación. ¿Y qué hacer entonces? Volvió a acurrucarse y a gemir nuevamente. ¿Cómo podría haber tanta agua en un solo lugar? ¿Y tanta vegetación y tan ruidosa agitación de los elementos? ¿Cómo podría cualquier mundo ser tan absurdo y tan exageradamente superpoblado de elementos vitales? Resultaba casi un sacrilegio que hubiese tanta agua a la vista, discurriendo como un torrente bajo la ladera del lugar en que se encontraba, y encharcada en pequeñas lagunas sobre el propio suelo. Y no solo aquello, sino incluso el propio aire, que en aquella atmósfera estaba cargado de pequeñas gotas del líquido elemento
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