Divorcio sí o no, todos opinan sobre la cuestión excepto los hijos, que en esta novela toman la palabra.
Yo no sé si acabaré salvándome de este estúpido naufragio en que se hunde mi familia, pero voy a dejar constancia, por lo pronto, de lo que está ocurriendo con mis viejos y conmigo. Escribiré un diario, ¿no quiero ser escritor como mi padre?; pues será éste el primer desafío que acometa. «Identifíquese, por favor», como diría un poli con más educación de la que yo he observado en los que he tenido oportunidad de conocer. Pues bien: Yo soy Aitor Lejarreta Azurmendi, con lo que ya la hemos cagado, o sea que soy vasco por los cuatro costados del edificio en construcción. Es cierto que, salvo casos de muerte prematura, todo el mundo cumple quince años; pero no todo el mundo lo hace a la vez que se liquida el matrimonio de sus padres. La verdad es que el último curso ya fue de drásticas rebajas; pero es que ahora, al parecer, echan el cierre por cese de negocio. O sea que se finí, señores, se acabó lo que se daba. Y yo, es decir, el hijo, ¿qué pito toco en este entierro?, ¿me lo quieren decir? El último año de convivencia de los tres, porque soy hijo único para más inri, ya fue un desastre, se mire como se mire. ¿Qué nos va a deparar el que ahora empieza, primero de la separación? Que yo intente quedarme a un lado, o sea en mi sitio, no me garantiza en absoluto que me vaya a librar del chaparrón. ¡Como si no los conociera! Mejor será que Dios me coja confesado.
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