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Información del Libro 'El Septimo Hijo - Orson Scott'

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El Septimo Hijo - Orson Scott

Enviado por librosgratisweb el 2012-09-20 00:00:00



Capítulo 1MARY LA MALALa pequeña Peggy era muy cuidadosa con los huevos. Enterraba la manoentre la paja hasta que sus dedos daban con algo duro y pesado. No lepreocupaban las deposiciones de los pollos. Después de todo, cuando en laposada se hospedaban los viajeros con niños, Mamá nunca fruncía la narizante los pañales más escandalosos. Los excrementos eran húmedos, viscososy le dejaban los dedos pegajosos, pero a la pequeña Peggy le daba igual.Apartaba la paja, envolvía el huevo con la mano y lo retiraba del cajón de laponedora. Y todo eso subida en una tabla bamboleante, de puntillas y con elbrazo extendido por encima de la cabeza. Mama dijo una vez que era muypequeña para recoger los huevos, pero Peggy le hizo una demostración.Todos los días revolvía los cajones de paja y retiraba todos los huevos, sindejar ni uno, vaya que sí.Sin dejar ni uno, repetía para sus adentros, una y otra vez. No debo dejar niuno.Y entonces la pequeña Peggy miraba hacia el rincón más oscuro del gallinero.Y allí estaba Mary la Mala en su cajón de ponedora, la peor pesadilla deldemonio, con el odio brotando de sus ojos repugnantes, como si dijera: venaquí, niñita, que te voy a picotear. Quiero picotearte los dedos y los pulgares,y si te acercas bien e intentas llevarte mi huevo, hasta te picotearé un ojo.La mayoría de los animales carecían de fuego interior, pero Mary la Mala erafuerte y arrojaba un humo ponzoñoso. Nadie más que la pequeña Peggypodía verlo. Mary la Mala deseaba la muerte de todos los hombres, pero enespecial la de cierta niña de cinco años, y la pequeña Peggy llevaba en losdedos las marcas que lo atestiguaban. Bueno, al menos una marca, y aunquePapá dijera que no veía ninguna, la pequeña Peggy recordaba cómo se lahabía hecho y nadie podía culparla de nada si a veces olvidaba buscar pordebajo de Mary la Mala, que se sentaba allí como un indio salvaje a la esperadel primer viajero que osara acercarse.Nadie podía enfadarse si a veces se le olvidaba buscar allí.Me olvidé. Miré en todos los cajones, en toditos, y si me dejé alguno, puesfue porque me olvidé, me olvidé y me olvidé.Al fin y al cabo, todos sabían que Mary la Mala era una gallina vulgar ymezquina, incapaz de poner un solo huevo que no estuviese podrido.Me olvidé.Entró la cesta de los huevos antes incluso de que Mamá hubiera preparado lasbrasas, y Mamá se alegró tanto que le permitió poner los huevos uno a unoen el agua fría. Y entonces Mamá colgó el perol del gancho y lo arrimó alfuego. Para hervir huevos no hay que esperar a que bajen las llamas. Sepuede hacer con humo y todo.—Peg —dijo Papá.Ése era el nombre de Mamá, pero Papá no lo dijo con la voz de llamarla aella. Lo dijo con su tono de pequeña-Peggy-te-la-has-ganado, y la pequeñaPeggy supo que la habían descubierto sin remedio, conque dio media vuelta yanunció a viva voz lo que todo el tiempo había planeado decir:—¡Me olvidé, Papá!Mamá se volvió y miró a la pequeña con asombro. Pero Papá no pareciósorprendido en absoluto. Enarcó una ceja. Escondía una mano detrás de laespalda. La pequeña Peggy sabía que en esa mano habría un huevo. Elhuevo infame de Mary la Mala

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