JOHN SANDOVAL no concordaba con su nombre. Ni parecía razonable que estuviera en pantalón de pijama y camisa de colorines asomado a la abierta ventana de un cuarto en el corazón del Manhattan del siglo XX. Everard ya estaba acostumbrado a los anacronismos, pero la oscura y aquilina faz que tenía delante parecía requerir pintura de guerra, un caballo y un fusil que apuntara contra un ladrón rostro pálido. - Bien - dijo Everard -. Los chinos descubrieron América. Interesante; pero ¿por qué tal hecho precisa de mis servicios? - ¡Diablos!, también quisiera yo saberlo - respondió Sandoval. Su acusada silueta se movió sobre la alfombra de piel de oso polar (regalada antaño por Bjarni Herjufsson a Everard) mientras miraba hacia fuera. Agudas torres se perfilaban sobre un claro cielo; el ruido del tráfico se desvanecía por la altura. Sus manos, a la espalda, se juntaban y se separaban. - Se me ordenó cooperar con un agente libre, volver con él y tomar cuantas medidas parecieran oportunas prosiguió Sandoval tras una pausa -. A quien mejor conozco es a ti, y por eso... - Pero ¿no sería mejor un indio como tú? Yo estaré desplazado en la América del siglo XIII. - Tanto mejor. Eso hará el trabajo impresionante, emocionante, misterioso..., y realmente la tarea no será demasiado ardua. - Cualquier tarea lo es ahora.
Disponible también para ver online en HTML. Una vez en la página clicar en: VER HTML - Descargar PDF.
Para ver más información debes estar identificado / registrado.