El sol acababa de ocultarse detrás de los Montes Pompanos. Una ligera niebla
parecía envolver con tenue velo los picos de la sierra. Un silencio sepulcral reinaba
en toda la región.
El valle de grama mostraba en esos momentos su delicada belleza natural. Pero
para el hombre que, desde los picos vecinos, paseaba su mirada sobre él, aquella
belleza no existía. No cabía en su alma ninguna emoción artística. Sus ideas eran
de crimen y de muerte…
El asesino hallábase oculto detrás de unos matorrales que bordeaban el sendero
que subía en zigzag la ladera de la montaña. Llevaba una capa negra y sus
facciones estaban ocultas detrás de una máscara parda.
Su constitución física era imposible de determinar, porque todo su cuerpo
hallábase envuelto por la capa que arrastraba por el suelo al caminar. En cuanto a
sus facciones, tampoco podían reconocerse, porque se hallaban totalmente
cubiertas por la máscara, la que solamente poseía dos aberturas para permitir la
visualidad al hombre que la llevaba. Por fin, tampoco era posible establecer el color
de los cabellos, porque ellos estaban cubiertos por una boina azul, sobre la que,
además, llevaba el enmascarado un sombrero de anchas alas, que seguramente
estaba destinado a completar su disfraz.
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