Nace en los paramos del no-ser, centellea, nace de nuevo y se mantiene unida, se hincha y extiende. Vive sin vida, lucha contra la marea gris de la entropía, persiste de manera insólita, configurando complejidades cada vez más ricas hasta formar una ola creciente. Y crece en verdad como una ola, pues mientras la cresta aflora triunfal a la luz del sol, cada una de sus partículas se precipita para siempre en la oscuridad y se disuelve en la nada en el momento del salto. Triunfa al parecer, pues no nació sola. Viene siguiéndola en el ser su oscura gemela, su Adversaria, la sombra que incesantemente la devora por dentro. Perseguida sin piedad, atacada en cada órgano vital, la ola viviente arroja espuma y su billón de crestas fugaces aflora a la luz por encima del dolor y la muerte que la reclaman. La sustancia mortal lucha y se extiende durante eones innumerables. Impulsada por la muerte, huye con creciente ligereza de su Enemiga hasta que corre y brinca y se remonta en la luz relampagueante. Pero no puede vencer al fuego de sus carnes, pues las extremidades que la sustentan son Muerte, y Muerte son las alas que la elevan. En el dolor de sus miríadas de miembros victoriosos y moribundos, la Vida surca el aire indiferente...
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