Después de despertar tardé un momento en orientarme. Primero noté la ausencia de la mesita de noche enel lugar habitual, cuando estiré la mano para buscar el interruptor de la lámpara. Luego observé que elarmario de luna no estaba a los pies del lecho, ni la cómoda a la izquierda, y que la persiana entre cuyastablillas se filtraba el sol no era la de mi balcón. Ésa tampoco era mi cama...Entonces recordé. Era difícil acostumbrarse. Ya hacía tres días que no iba a mi casa. Ahora dormía enel sofá de la oficina. Resultaba más cómodo, desde que no estaba Luisa. Además, me ahorraba lacaminata. Eran casi treinta cuadras y no había medios de transporte, excepto las cintas sin fin queconducían exclusivamente al astropuerto.Me levanté y estiré mi ropa con un gesto mecánico. Me abroché el cuello de la camisa y me puse lachaqueta que por la noche había colgado sobre el respaldo de la silla. Cuando abrí la puerta y me asomé alcorredor vi que no había nadie, pero no podría haber sido de otro modo. Lo que en realidad deseaba eraaveriguar la hora. El reloj eléctrico de pared marcaba las ocho y media
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