Había penetrado más que nunca en aquella inexplorada caverna, a profundidades hasta el momento jamásalcanzadas por él mismo, y probablemente por nadie más. Se hallaba en galerías donde el mismo airesofocaba como si fuera ajeno a la suave atmósfera de la superficie.Él era un gran espeleólogo y, por eso mismo, sabía hasta donde podía llegar. Hizo una señal en la pared,a manera de signo de victoria, y se preparó a seguir la cuerda en dirección contraria, para salir a lasuperficie.Y fue entonces cuando vio la luz.La luminosidad de su propia linterna estuvo a punto de ahogarla; apenas si pudo advertirla con el rabillodel ojo. Pero se dio cuenta y, para estar aún más seguro, apagó la linterna por un momento.Sí, allí estaba. Un leve fulgor azulado llegaba desde lo más profundo de la caverna, del lugar a donde sehubiera dirigido de no decidir dar media vuelta.¿Una luz azul en aquella caverna?Decidió ir a investigar. No sin cierta aprensión abandonó el cabo de la cuerda y se internó en territoriodesconocido, con la linterna apagada para no perder el fulgor azul.No, aquello no podía ser una salida al exterior a aquella profundidad. Tuvo un instante de inquietud,pensando en algún posible peligro, en alguna hipotética amenaza subterránea. Se detuvo un momento, peroluego se encogió de hombros, escupió y siguió avanzando.Oyó el zumbido poco después. Zumbido de maquinaria. Y casi al mismo tiempo vio la maquinaria encuestión.
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