Un campesino y su asno, que va cargado con sacos de abono, vuelven a la granja después de una larga jornada. El animal camina con bastante dificultad. Está muy cansado, la cuesta le parece más larga y empinada que nunca, y los sacos pesan cada vez más. Las piernas le tiemblan. Se para un momento para recobrar aliento, pero las rodillas se le doblan, y cae. Es la segunda vez que le ocurre en poco tiempo. Mala señal. El campesino se lo queda mirando con preocupación.
Aquella misma noche, el gallo negro le dice al pobre asno que ha oído como el campesino le comentaba a su mujer que, aunque le duele, tendrá que deshacerse de él, porque ya está viejo y desgastado, y no vale para el trabajo. El asno se echa a temblar y piensa que si quiere evitar lo peor tendrá que huir de la granja aquella misma noche.
Lleno de tristeza y desesperanza, el animal emprende una incierta huída a los bosques, aunque no sabe muy bien a dónde dirigirse. Pero, por suerte para él, en las siguientes jornadas, encontrará a otros animales que también han tenido que escapar de sus dueños por diversas causas o han sido abandonados por ellos.
Los animales vagabundos se unen en el infortunio y se dan fuerza y ánimo unos a otros. A partir de entonces, las cosas van a cambiar de manera asombrosa. En el torreón de la montaña pelada, hay un hechicero muy especial que va a ayudarles. Hasta Antonio, el nuevo guardabosques, va a echarles una mano. La noche de San Juan va a ser más alegre y fabulosa que ningún otro año.
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