Ahí estábamos, en el entresuelo del Séptima Edificio de Administración del Astropuertode Tierra. Ninguno de nosotros tenla ni la más mínima idea de por qué nos habíanllamado tan intempestivamente ni por qué no saltamos hacia Venus como de costumbre.Así que andábamos dando vueltas, haciéndonos preguntas sin respuesta con la miraday sin averiguar ni pío. Una vez vi a treinta gupis de Venus mirando embobados comocretinos a un terrier escocés llamado Fergus y estrujándose el garbanzo que tenían porsesera, tratando de averiguar por qué meneaba un extremo. Tenían más o menos elmismo aspecto que nosotros ahora.Corpulento y fofo como siempre, el capitán McNulty llegó justo cuando iba a empezar elconcurso dc comida de uñas.Le seguían media docena de los técnicos principales del Upsydaisy y un enanoflacucho que no habíamos visto nunca.Cerraba la marcha Jay Score, caminando ágilmente sobre el suelo de madera quecrujía bajo sus casi ciento cuarenta kilos. Nunca dejaba de sorprenderme la soltura conque movía su enorme mole. Relucían sus ojos mientras nos abarca ha a todos con lamirada.Indicando que le siguiéramos, McNulty nos condujo a una sala, subió, pavoneándose,al estrado y se dirigió a nosotros como un maestro a una clase de tercero de básica.—Caballeros y vedras, esta tarde me acompaña el famoso profesor Flettner.Se inclinó brevemente ante el enano, que sonrió como pudo y remeneó los pies comoun chico a quien han pillado metiendo el dedo en el pastel.—El profesor busca tripulantes para su vehículo extra solar, el Marathon. Jay Score yseis de nuestros técnicos se han ofrecido voluntarios para ir conmigo. Nos han aceptado yhemos recibida la instrucción necesaria mientras ustedes estaban con permiso.—Fue un placer —intervino Flettner, ansioso de hacerse perdonar el habernos robadoal capitán
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