La culpa fue de la luz. Había mucha en un sitio y muy poca en otro. Además, el foco productor estaba, aunque no voluntariamente, situado en un lugar estratégico.
Peter Crash Allen había bebido bastante. Empezaba a odiar aquel género de vida. Y empezaba a odiar también a su prometida, la hija del riquísimo Fergus Ferguson, de Ferguson, Ferguson, Smith y Cía., constructores de cualquier máquina o herramienta que se pudiera fabricar de cualquier metal.
Annie, la hija de Fergus Ferguson, era insoportable. Había crecido oyendo la palabra dinero por todas partes —y lo que no se sabía si era mejor o peor—, tocando sus consecuencias prácticas todos los minutos de sus veintidós años de vida, lo que la había convertido en una chica insoportable. Bonita, pero insoportable.
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