Transitar el camino de Federico García Lorca es ir al encuentro de la España desnuda, auténtica, herida no pocas veces, sufriente y altiva al mismo tiempo. La España de las protagonistas de La casa de Bernarda Alba, principales víctimas de una sociedad en la que el juego de las apariencias causa estragos y la esterilidad se agota en sí misma.
Paredes inmaculadas, convento, cárcel es el espacio teatral en cuyos límites se deslizan las voces solitarias de unos pocos personajes, sometidos por el autoritarismo y el estancamiento. El varón es el invitado de honor en esta reunión blanquísima de mujeres; es el admirado y el odiado, el que galopa siempre amenazante.
Hay que leer y hay que ver esta obra, con la que se accede, una vez más, al sistema opresivo incomparable de un autor que ha contribuido a los momentos más destacados del teatro en lengua castellana.
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