El mejor ejemplo de la relación que Raymond Chandler mantuvo con el complejo industrial de Hollywood se encuentra en La dalia azul, una novela inacabada que en 1946 el autor convirtió en completo y espléndido guión cinematográfico en pocas pero intensísimas jornadas de trabajo forzado.
Porque no otra cosa que trabajo forzado de lujo puede considerarse el estar rodeado de tres equipos de secretarias, tres chóferes, un médico, montañas de cajas de whisky y dos Cadillac permanentemente a punto para llevar y traer hojas de guión desde la casa del escritor hasta los estudios de rodaje.
Y si la forma definitiva de La dalia azul es la de guión cinematográfico, su estructura sigue siendo la de una novela negra típicamente chandleriana.
Y digna de aparecer en las páginas de cualquiera de sus novelas es la anécdota final: el departamento de Marina, velando por la imagen de respetabilidad de los hombres de uniforme, le obligó a cambiar al asesino.
Marlowe nunca hubiera aceptado esa imposición. Chandler se vio obligado a aceptarla, pero no por ello dejó de denunciarla.
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