A las cuatro y cuarto de la tarde, cuando T. S. T. Garson Poole despertó en el lecho del hospital,comprendió que estaba en un lecho de hospital y otras dos cosas: que ya no tenía la mano derecha y queno sentía dolor alguno.Le habían administrado un analgésico poderoso, se dijo, mirando hacia la pared en la que había unaventana que daba al centro de Nueva York. Telas de araña por las que los vehículos y los transeúntes seapresuraban, donde las ruedas giraban bajo el postrero sol de la tarde. El brillo de la agonizante luz legustó. «Todavía no ha muerto —pensó—. Ni yo tampoco».Había un fono en la mesita de al lado; vaciló, tomó el receptor, y marcó para una línea exterior. Unmomento más tarde estaba ante la imagen de Louis Danceman, a cargo de las actividades Tri-Plan mientrasél, Garson Poole, estuviera en otra parte.
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