Roberto se había levantado de la cama y, vestido con su traje de calley sentado a una mesa llena de papeles, escribía.El cuarto era una guardilla trastera, baja de techo, con una granventana a un patio. El centro del cuarto lo ocupaban dos estatuas debarro, de un armazón interior de alambre, dos figuras de tamaño mayorque el natural, descomunales y estrambóticas, que estaban solamenteesbozadas, como si el autor no hubiera querido acabarlas; eran dosgigantes rendidos por el cansancio, los dos de cabeza pequeña y rapada,pecho hundido y vientre abultado y largos brazos simiescos. Los dosparecían agobiados por el abatimiento profundo. Frente a la ventana,ancha, había un sofá tapizado con una percalina floreada; en las sillas yen el suelo se levantaban estatuas medio envueltas en trapos húmedos;en un ángulo aparecía una caja llena de pedazos secos de escayola, y enun rincón, un lebrillo con barro.
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