Desde hace un tiempo me ha parecido que el rol de la competencia en la vida económica y social ha sido malinterpretado. Hasta el siglo XVIII las transacciones entre las personas y las empresas han sido visualizadas generalmente como un proceso de suma cero: lo que gana una persona es la pérdida de la otra. El notable ensayista francés del siglo XVI, el Marqués de Montaigne, escribió un ensayo corto donde decía que “Ninguna ganancia se efectúa sin la pérdida de otra persona”. Esto es, las transacciones se veían como una manifestación de explotación, por ende, los gobiernos debían regular o incluso monopolizar la mayor parte de las actividades. Esto constituyó el corazón del sistema mercantilista.
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