Thortha, el poeta, con canciones extrañas y australes en su corazón, y el tostado de un sol alto y brillante sobre su rostro, volvía a su ciudad natal de Cerngoth, en Mhu Thulan, por el mar de Hyperbórea. Había llegado muy lejos en su búsqueda de la belleza exótica, que siempre se le había escapado como el horizonte. Más allá del Commorión de blancas e incontables torres, y más allá de las junglas y marismas al sur de Commorión, había bajado por numerosos e indefinibles ríos y cruzado el reino semilegendario de Tscho Vulpanomi, en cuyas playas las arenas de diamantes y piedras de rubíes se decía que rugía un océano candente de espuma abrasadora.
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