No espere el lector de mí un prólogo demasiado erudito. Si tengo que hablar de JoséLuis Sampedro, no quiero hacerlo sin recordar cuánto le debo. Porque en los tiempos enlos que yo era una de esas escritoras secretas que comenzaba a pensar en la posibilidadde publicar, Sampedro fue uno de los autores a los que tuve la osadía de pedir consejo.A decir verdad, más que consejo, ánimo, que eso es lo que normalmente se busca cuan-do desde la inexperiencia se acude a alguien consagrado. Lo había conocido -después dedisfrutarlo como escritor- haciéndole una entrevista, y fine tal su afabilidad y su simpatía,que me atreví a hacerle llegar un relato -malo, creo ahora- en el que yo sin embargo habíapuesto muchas expectativas. Al cabo de unos días, José Luis Sampedro, sampedriana-mente, me llamó y quedó conmigo para tomar un café. Aquello fueron más que palabrasde ánimo. Fue, lo recuerdo muy bien, uno de los empujones definitivos para lanzarme ami propia carrera literaria. Mucho más de lo que recibí en parecidas circunstancias deotros escritores, más cercanos, más afines, teóricamente más colegas. Gentes así, se loaseguro, no abundan en este mundillo de las letras. Ni en ningún otro, me temo.Comprendan pues ustedes que sólo pueda y quiera- hablar de Sampedro con pasión.Con la de la escritora agradecida y la de la lectora emocionada -de antiguo- por una nov-ela como ésta. Novela de Sampedro, diría yo. Plenamente sampedriana. Bastaría coneso. Porque sólo él podría haber escrito esta historia tan suya, de ternuras y flaquezashumanas y dificiles valentías y prejuicios superados. Suya también en la forma -sin lacual no hay historia que valga la pena-, en esa prosa rápida y vigorosa, eficaz y clara,atravesada a ráfagas por un inevitable arrebato poético.
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