La energía de lo maldito, su violencia, es la del principio del mal. Bajo la transparencia del consenso, la opacidad del mal, su tenacidad, su obsesión, su irreductibilidad, su energía, anegan por completo la obra en el desarreglo de las cosas, en la virosidad, en la aceleración, en el desbocamiento de los efectos, en el desbordamiento de las causas, en el exceso y la paradoja. En la extrañeza radical, en los atractores extraños, en los encadenamientos inarticulados.
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