Lord Toller Maraquine sacó la espada de su funda y la sostuvo de forma que el sol del antedía se reflejara a todo lo largo de su hoja. Como ya le había ocurrido antes, se sintió cautivado por su belleza deslumbrante. En contraste con las armas negras tradicionales usadas comunmente, ésta parecía poseer un toque etéreo, como un rayo de luz del sol atravesando la niebla, pero Toller sabía que no había nada sobrenatural en sus poderes. Incluso en su forma más simple, la espada había sido el mejor instrumento mortífero de la historia, y él había conseguido dar un paso más en su desarrollo. Presionó un pequeño botón escondido en la ornamentación del puño y una parte curvada se abrió por medio de un resorte, revelando una cavidad en forma de tubo. Dentro había un pequeño frasco de vidrio fino que contenía un líquido amarillento. Se aseguró de que el frasco estaba intacto y después volvió a cerrar la cavidad. Sin deseos de dejar aún la espada, probó su filo y la sopesó durante unos segundos. Después, de pronto, se colocó en guardia en la primera posición. En ese momento, su esposa única, de oscuros cabellos, haciendo uso de esa extraña habilidad para materializarse en el instante más inoportuno, abrió la puerta y entró en la habitación.
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