Si la ficción científica deseas cultivar y destacar en ella con lustre sin igual, pratica de las ciencias la jerga singular, sin importarte un bledo usarla bien o mal. Pulsares y quasares tesáricas y falacias, en un místico estilo, de pulida elocuencia, harán que los fanáticos, sin entender palabra, esperen tus escritos con febril impaciencia. Y en tanto que tú surcas las sendas espaciales, entonarán a coro, a golpe de incensario: ¡Un joven que planea a alturas siderales...! ¡Qué dotes de invención! ¡Qué hombre extraordinario! No hay misterio en el éxito. Basta copiar la historia. Todo está en ella ya, instante por instante. El Imperio romano - su expansión y su gloria -, trasladado a los cielos, brillará rutilante. La trama es una brisa y, si así d lo decides, por el hiperespacio recorrerás parsecs. Y si plagias un poco a Gibbon y a Tucíddides..., como nadie se entera, carece de interés. Y en tanto que prosigues tu andar meditabundo, entonarán a coro, a golpe de incensario: ¡Un joven tan versado en la historia del mundo...! ¡Qué auténtico talento! ¡Qué hombre extraordinario!
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