hombre de una sola idea. Por lo tanto, cuando la clarinada del norte resonó en sus oídos, concibió una aventura relacionada con huevos, y dedicó todas sus energías a concretarla. Calculó brevemente, y en términos palpables, y la aventura se volvió iridiscente, espléndida. La de que los huevos se venderían en Dawson a cinco dólares la docena era una premisa segura. Por lo cual resultaba indiscutible que mil docenas equivaldrían, en la Metrópoli Dorada, a cinco mil dólares. Por otro lado, era preciso tener en cuenta los gastos, y los tuvo bien en cuenta, porque era un hombre cuidadoso, agudamente práctico, de pensamientos racionales y un corazón que la imaginación jamás enardecía. A quince centavos la docena, el costo inicial de sus mil docenas sería de ciento cincuenta dólares, una simple bagatela en comparación con la enorme ganancia. Y supongamos, supongamos, nada más, para mostrar alguna vez una alocada ex-travagancia, que el trasporte para él y los huevos ascendiera a ochocientos cincuenta más; todavía le quedarían cuatro mil limpios en efectivo, cuando hubiera vendido el último huevo y el último polvo cayera en su saco.
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