Cuéntase -pero Alah es más sabio, mas prudente, más poderoso y más benéfico- que en lo que transcurrióen la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo un rey entre los reyes de Sassan, en las islas dela India y de la China. Era dueño de ejércitos y señor de auxilliares de servidores y de un séquito numeroso.Tenía dos hijos, y ambos eran heroicos jinetes, pero el mayor valía más aún que el menor. El mayor reinóen los países, gobernó con justicia entre los hombres, y por eso le querían los habitantes del país y del rei-no. Llamábase el rey Schahriar. Su hermano, llamado Schahzaman; era el rey de Samarcanda Al-Ajam.Siguiendo-las cosas el mismo curso, residieron cada uno en su país, y gobernaron con justicia a sus ove-jas durante veinte años. Y llegaron ambos hasta el límite del desarrollo y el florecimiento.No dejaron de ser así, hasta que el mayor sintió vehementes deseos de ver a su hermano. Entonces orde-nó a su visir que partiese y volviese con él. El visir contestó: “Escucho y obedezco.”Partió, pues, y llegó felizmente par la gracia de Alah; entró en casa de Schahzaman, le transmitió la paz,le dijo que el rey Schahriar deseaba ardientemente verle, y que el objeto de su viaje era invitarle a visitar asu hermano. El rey Schahzaman contesto: “Escucho y obedezco.” Dispuso los preparativos de la partida,mandando sacar sus tiendas, sus camellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores y sus auxiliares. Nom-bró a su visir gobernador del reino y salió en demanda de las comarcas de su hermano
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