Resena: El gélido viento, que azotaba las simas oscuras y escarpadas de los Montes
Kezankios, parecía más frío todavía en las inmediaciones de la fortaleza de piedra desnuda
que se alzaba en el granítico flanco de una montaña sin nombre, en el mismo corazón de la
cordillera. Los fieros montañeses, que a nada temían, llegaban a desviarse varias millas de
su camino para no tener que andar cerca del sombrío baluarte, y, a su mención, hacían con
la mano el signo de los cuernos para conjurar el mal.
Amanar el Nigromante descendió por un corredor oscuro, que penetraba en el mismo
corazón de piedra de la montaña, seguido por algunos que habían dejado de ser humanos.
Era esbelto el taumaturgo, y atractivo a su siniestra manera, con su rala barba negra; pero
una línea blanca de vago aire serpentino dividía su corto cabello, y las manchas rojizas que
danzaban en sus ojos capturaban la mirada, y la voluntad, de quien fuera tan necio como
para observarlos con fijeza. Sus secuaces habrían parecido hombres ordinarios a primera
vista o desde cierta distancia, pero los rostros de éstos eran como muy prominentes, sus
ojos arrojaban destellos rojos bajo los puntiagudos cascos, y escamas reptilescas les
cubrían la piel. Los dedos de las alargadas manos que sostenían sus lanzas no terminaban
en uñas, sino en garras. Todos llevaban un sable curvo colgando de la cadera, salvo el que
venía inmediatamente detrás de Amanar. Sitha, capitán de los S'tarra, esbirro saurio de
Amanar, cargaba con una gran hacha de dos filos. Llegaron al fin ante unas puertas altas
encajadas en la piedra, talladas éstas y la misma piedra con interminables arabescos de
serpientes
Idioma: Español
Categoría: Lengua y Literatura, Narrativa
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