Resena: Nuestra intención con este libro no es hacer de Dios el funcionario del sentido, como si sólo Dios fuera la última y única clave del sentido. El sentido puede existir, puede ser reconocido y vivido, sin que debamos recurrir necesariamente a Dios, bien sea porque provenga de las mismas cosas de la vida, bien sea porque nosotros lo creemos e introduzcamos en el mundo. Corremos un gran riesgo de instrumentalizar a Dios, el riesgo de convertirle en algo que nos sea útil, de ponerle al servicio del sentido o, quizás, a remolque suyo. Afirmar sin más que Dios es el sentido del sentido implica despreciar la consistencia del sentido. No conviene «acaparar el cielo» (Sal 72, 9a). Cuando existe y está ahí, el sentido posee su autonomía y no tiene necesidad de la sanción de Dios para revelarse como valioso. Dios no es el sentido de las cosas, como si todo lo que se pudiera decir del sentido se hallara sólo en Dios. Pero el sentido tampoco es Dios, como si la búsqueda del sentido equivaliera a la búsqueda de Dios. El sentido no sustituye a Dios y Dios tampoco sustituye al sentido. En un caso y en otro se perjudicaría al sentido, corriendo el riesgo de alienarlo, y se perjudicaría a Dios, reduciéndolo a una función. Al mismo tiempo, y en ambos casos, se dañaría al hombre.
Idioma: Castellano
Categoría: Filosofía,
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