Resena:
Durante muchos años, el único ruido que había turbado el silencio de aquellas galerías
era el del agua que circulaba por el riachuelo que transcurría por el suelo, y el de algunos
animales, tanto de carbono como de silicio, que pasaban por allí ocasionalmente. De
repente, un ruido sordo empezó a hacer vibrar las paredes, provocando el derrumbe de
estalactitas de siglos de antigüedad. En seguida, se vieron un par de luces que rasgaron
las tinieblas, y detrás de ellas un vehículo con forma de espolón.
Un hipotético observador que observase el lento avance de aquellos tres mastodontes
metálicos, habría deducido fácilmente que la extraña forma de los mismos, un prisma
esférico con la proa en forma de triángulo, parecía desarrollada específicamente para
abrir túneles, y atravesar fácilmente acumulaciones de rocas por las que un vehículo
menos especializado no hubiera podido avanzar.
Dentro del segundo vehículo, estaba de pie un hombre de unos treinta años con un
uniforme que le caía como un guante encima de su atlética figura, y del que también
destacaba la perilla que adornaba su frente. En ese preciso momento no se le veía muy
contento, al contrario, ya que un rictus de aburrimiento distorsionaba su boca. El capitán
de la flota redentora Alfonso Ríos estaba ejecutando una rutina de vigilancia por enésima
vez en las últimas horas, que hacía que el ordenador emitiese un informe de lo detectado
en el periodo transcurrido desde que había tenido lugar la última consulta.
Cuando el monitor que tenía delante, en el panel de instrumentos de su “topo”, situado
debajo de una gran pantalla de cristal líquido donde únicamente aparecía un túnel negro,
se encendió, mostrando el resultado, lo miró distraídamente. En él aparecía un mapa del
camino que habían recorrido hasta aquel instante, donde resaltaban los puntos dignos de
un análisis posterior más detallado. Como siempre, el color de esos indicadores mostraba
que se trataba únicamente de posibles yacimientos de minerales útiles.
Lo único que aún le llamaba la atención mínimamente de los túneles era su forma
vagamente trapezoidal, sin duda resultado de millones de años de la acción del agua en
dirección a los mares del centro del planeta, de donde luego volvía a la superficie,
apoyada por el apisonamiento producido por el paso incesante de los monstruos esféricos
de silicio que antes de la llegada de los exiliados españoles asolaban la superficie de
Redención.
Realmente, hastiado de aquel invariable paisaje y de su aburrida misión, su atención
estaba más concentrada en admirar el perfil de su nueva compañera de pilotaje, la
teniente Irene Llosa, que en la dirigir su vehículo subterrestre, cosa que por otra parte,
poca atención requería en aquellos momentos. Pensando en el informe de ella que había
recibido hacía solo una semana, recordó que acababa de salir de la academia militar, con
una de las mejores posiciones de su graduación. Estaba allí desde hacía pocos días para
sustituir a su compañero habitual, aquejado de estrés agudo provocado por la tensión
producida por las misiones. Además de por ellos, la tripulación del “topo” estaba formada
por el sargento Garaz, quien en ese momento estaba a los mandos.
Idioma: Español
Categoría: Lengua y Literatura, Narrativa
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