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Información del Libro 'Libro La Calle De Los Cocodrilos de Schulz Bruno'

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Libro La Calle De Los Cocodrilos de Schulz Bruno

Enviado por QuedeLibros el 2012-09-13 00:00:00


Resena: Los relatos de Bruno Schulz no son piezas diversas, y su unidad no depende sólo de preocupaciones simbólicas o estilísticas semejantes. Ambientados todos en la infancia del protagonista (con la excepción -sólo aparente- de "El sanatorio del sepulturero" y "El jubilado"), el niño que cuenta en primera persona, la criada Adela, el ambiente de la pañería y, sobre todo, la figura dominante (incluso en su ausencia) del padre, van entretejiendo un mundo autónomo, que no cuesta relacionar con una novela que en vez de desplegarse en capítulos lo hiciese mediante rodajas narrativas que se bastan a sí mismas pero al mismo tiempo necesitan de las demás para estructurar un todo que es muy superior a la suma de sus partes.

Los vínculos entre los distintos cuentos son además cronológicos, y la lectura gana si es sucesiva, no salteada. No sólo los tres relatos relacionados con los maniquíes forman un solo texto: el clima demencial de la temporada principal de ventas en la pañería ("La noche de la gran temporada"), tiene su contrapartida en la atmósfera de irritante ocio de la temporada veraniega ("El otro otoño"), en cuya lectura influye el conocimiento del relato anterior. La vigorosa comparación entre el padre y un cóndor (en "Los pájaros") está anticipada por la mención pasajera que Schulz hace en el cuento "La visitación" ("Frecuentemente subía hasta la cornisa de la ventana y se asomaba por ella, en simetría perfecta con el gran buitre disecado que colgaba al otro lado de la pared".)

Pero el factor esencial, de cuya presencia depende incluso el voltaje y sobre todo la estructura narrativa de cada relato, es la presencia del padre, uno de los personajes más ricos y logrados de la literatura de este siglo. La obra de Schulz tiene más de un punto de contacto, como ya dijimos, con la de Franz Kafka (no en vano le pertenece la traducción al polaco de El proceso, realizada en 1936). Pero una de las diferencias cruciales reside en el modo en que opera la figura paterna en cada uno de los dos. El padre kafkiano es impenetrable, implacable, lejano, siempre en fuga (recuérdese la imagen de Klamm en El castillo). El padre de Schulz, sin dejar de ser misterioso, es en cambio el macho a la vez imaginativo y perpetuamente derrotado por la eficacia femenina en su versión vulgar, de espesa sensualidad. Una y otra vez el extraño pañero, murmurante, entregado a confusos experimentos, teorías y cálculos, sometido a diversas metamorfosis, se enfrenta con Adela, la criada que puede hacerlo huir aterrorizado con sólo el gesto de hacer cosquillas (los gestos tienen en Schulz tanta importancia como en Gombrowicz o Rabelais), o humillarlo con sólo mostrarle la punta de un pie adornado con seda negra "como si fuera la cabeza de una serpiente".

El padre de Kafka es una figura del Antiguo Testamento, que jamás perdonará a su hijo, sin ningún motivo. El padre de Schulz es un Demiurgo de lo bajo, de la pacotilla, que ha obtenido la adhesión incondicional de su hijo por defender, con lo que tiene a mano y sin desfallecer, los derechos de la imaginación, sin dejar de apoyar sus actos con una teoría que plantea como un Segundo Génesis ("Tratado de los maniquíes"). Es el padre-comerciante que desprecia el comercio, que mientras contempla los desfiladeros de género de su tienda en el momento previo a la gran venta de otoño siente una honda melancolía, porque "le gustaba guardar intactas el mayor tiempo posible la reserva de colores almacenados. Temía mermar ese fondo de seguridad del otoño, trocarlo por dinero. "Es un padre que cambia de tamaño como un muñeco de goma, y cuya magnitud no depende de él: puede vérsele como débil y plano cuando parece enorme, y tanto más saludable y potente cuando se ha encogido, ya que el primer caso, aunque se enfrente a gritos con Dios es un "titán con la cadera destrozada" ("Agosto"). Así como mira con ojos nostálgicos la infancia, y defiende la vieja "diplomacia comercial" del padre, reserva su odio para una concepción nueva, norteamericanizada (el término es suyo) de las transacciones comerciales y humanas. Todo ese odio se concentra en "La calle de los cocodrilos". A ese barrio (una especie de Once centroeuropeo) le asigna en un mapa de la ciudad una zona en blanco que reproduce su esencial falta de personalidad. Y llega a defender los aspectos más turbios de su paraíso infantil: luego de insinuar el carácter afeminado de aquellos vendedores que parecen concentrados en la inutilidad total, de extraviarse y no poder encontrar la tienda ya visitada, se descarga incluso contra las prostitutas de ese barrio en el que hasta el sexo está privado de sentido, como un envase de plástico vacío: "En cuanto a las mujeres de la calle de los cocodrilos, su depravación es de la más mediocre (...) En esta ciudad de mediocridad no hay lugar ni para los instintos exuberantes ni para las pasiones obscuras e insólitas".

Idioma: Español
Categoría: Lengua y Literatura, Narrativa

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