Resena:
Hacía un sol de justicia y el viento soplaba incesantemente. Annie Hatch se hallaba
a solas en el porche de su casa, acariciándose distraídamente el abdomen mientras
resolvía qué hacer. El sol del mediodía la obligaba a entornar los ojos y la temperatura rozaba ya
los 33 grados.
Sintiendo el viento que barría el desértico altiplano deseó por primera vez en mucho
tiempo estar de nuevo en California.
El viento ululaba suavemente entre los matorrales y le susurraba algo al oído.
«Aunque quizá –pensó–, sólo oyes cosas porque eres una vieja chiflada.»
Tras una fugaz sonrisa y un corto suspiro, tomó aire lenta y profundamente, absorbiendo el
calor, el olor a pino y, tan leve que bien podría estar sólo en su imaginación, un tenue aroma de
enebro.
Viento o no, voces o no, aquello era en definitiva mucho mejor que Hollywood.
Fue allí donde Burt y ella amasaron su fortuna hacía ya tantos años que quizá fuera un
sueño; allí donde por fin se habían establecido, y eso sí que no era un sueño.
La melancolía la obligó a cerrar los ojos un instante. La viudedad no estaba siendo fácil, ni
siquiera después de quince años. Con demasiada frecuencia tenía la impresión de oírlo volver del
establo que habían construido detrás de la casa o silbar una canción mientras manipulaba el
generador, o de sentir su aliento en la nuca.
También eso era efecto del viento.
–Basta –masculló entre dientes, y caminó con impaciencia hasta el extremo del porche, se
asomó por encima de la baranda de madera toscamente desbastada y miró hacia el establo. Dio
dos silbidos agudos y fuertes y soltó una silenciosa risita al oír las blasfemias de Nando, quien de
modo tan poco sutil le comunicaba que aún no había terminado de ensillar a
Diamante
y que si
pretendía que acabase pisoteado por el animal.
Instantes después lo vio aparecer en el vano de la puerta, con las manos apoyadas en la
cintura, mirándola con expresión de enfado bajo la sombra de su desgastado Stetson.
Ella lo saludó con un alegre gesto de bienvenida al que él respondió con un disgustado
manotazo al aire antes de desaparecer de nuevo.
–¡Qué mala eres! –dijo una voz suave a sus espaldas.
Annie se volvió riéndose.
–A él le encanta, Sil, y tú lo sabes
Categoría: Lengua y Literatura,
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