Al principio sólo se percibe el gemir del viento. El viento del oeste ha soplado libremente a lo largo de seis mil kilómetros de océano vacío, sin toparse con nada más que olas espumosas y, por supuesto, la ocasional gaviota, antes de chocar contra los acantilados de lava negra y las rocas de piedra pómez con forma de gárgolas que bordean la despejada costa del sudoeste de la isla de Hawai. Pero el viento, al encontrarse con este obstáculo, gime y aulla entre las negras rocas; un sonido que casi ahoga el constante batir de las olas contra los acantilados y el susurro de las hojas del oasis artificial de palmeras de esta selva de lava negra. En estas islas hay dos tipos de lava, y sus nombres hawaianos las describen muy bien. La pahoehoe suele ser la más antigua y siempre es la más lisa. Se endureció formando una superficie ondulada y suave o ligeramente trenzada. La a'a es nueva y dentada, de afilados bordes, de formas moldeadas como torres grotescas y gárgolas caídas. A lo largo de la costa sur de Kona, la pahoehoe baja en forma de ríos grises de los volcanes hasta el mar; pero son los acantilados y los vastos terrenos de a'a los que protegen los ciento cincuenta kilómetros de costa occidental como si fueran hileras de guerreros afilados como navajas y congelados en piedra negra. Y ahora el viento gime por estos laberintos de piedra cortante, silba a través de las grietas de los pilares de a'a, aulla entre las fisuras de antiguas fumarolas por debajo de las gargantas abiertas de tubos de lava vacíos. A medida que el viento aumenta, cae la noche.
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