Una austera sequedad casi exenta de adjetivos, la prescindencia de todo juicio moral y, sobre todo, su renuncia a explicar los hechos decisivos. Estos rasgos hacen que los relatos golpeen, con su injustificada violencia, la conciencia del lector
Y que éste se vea obligado a pasar la perplejidad, el rechazo o el estupor a una reflexión activa que le permita cubrir los huecos de misterio que la narración ha ido sembrando. Por poca que sea su perspicacia, luego de leer este libro, el lector será alguien menos ingenuo y más precavido.
Y no tendrá más remedio que pensar en qué mueve a los hombres a cometer actos terribles y, en muchos casos, irreparables.
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