La figura del juez, revestido de su toga negra, rebosaba solemnidad. Sus ojos eran fríos, inexpresivos, y sus manos, sobre la mesa del estrado del tribunal, permanecían inmóviles, lo mismo que el mazo que sujetaba con la derecha. El acusado, flanqueado por dos guardias, permanecía en pie frente al juez.
Había muy poca gente en la sala donde se iba a administrar justicia. Una cámara de televisión registraba la noticia, que sería divulgada más tarde en todas las pantallas del planeta.
El acusado no tenía defensor. Tampoco había fiscal.
Cometido el delito, había sido detenido. Los agentes de la autoridad que realizaron el arresto redactaron un informe. El acusado declaró a su vez. Tanto el informe como la declaración fueron introducidos en una máquina, en cuyo interior habían sido adecuadamente sometidos a un proceso de investigación, después de lo cual, la máquina había emitido su veredicto.
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