Dos jinetes.
Férreos, seguros, de recia estampa.
Estaban en los límites del Llano Estacado, y llevaban sobre ellos el calor, el polvo, la áspera sequedad de las tierras atravesadas. Sus ojos parecían empequeñecidos, hundidos, en un continuo entrecierre a que los obligaba el restallante sol.
¡Por fin!
El Llano Estacado quedaba atrás. Adiós a Arizona. Hola a Texas.
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