Quizás no fue una buena idea emprender aquella expedición y lanzar a cua-renta personas por el estrecho talud continental de Lisboa rumbo al sueño ame-ricano, pero mi socio Tiro Las y yo llevábamos más de seis meses sin trabajar y eldinero se nos estaba terminando. Los diez mil dólares que nos ofrecieron a cadauno por llevar aquella caravana hacia el oeste nos permitirían recuperarnos denuestro lamentable estado económico. Además, perder tanto tiempo sin nada quehacer en los bares y tugurios de Belem comenzaba a ser desquiciante.Necesitábamos algo de acción. Por eso aceptamos ser los guías de aquellos tiposhacia el oeste. Por eso, y porque éramos los mejores en el medio inhóspito, des-conocido y salvaje de las Nuevas Tierras.
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