Jeff Collins alzó la botella de whisky, la colocó boca abajo, y frunció el ceño, ni una sola gota quedaba en el transparente recipiente. Como si todavía no estuviera convencido, la miró al trasluz, y eso pareció dar por saldada la cuestión, estaba vacía.
La dejó sobre la mesa, se puso en pie, y en el acto, tuvo que sujetarse, con ambas manos. Suspiró profundamente, miró a su alrededor y su ceño volvió a fruncirse.
—¿No tenéis nada mejor que mirar? —farfulló.
Los demás clientes de la cantina desviaron rápidamente su mirada. Ciertamente, Jeff Collins no era sujeto con el que pudieran gastar bromas, y todos lo sabían. Es decir casi todos. Siempre hay alguien en cualquier momento, que no sabe exactamente donde tiene los pies.
Y eso es malo, porque puede dar lugar a qué pocos segundos después salga de aquel lugar con los pies... por delante.
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