Jonathan, Jessica y yo empujamos a nuestro padre, haciéndole rodar por el comedor y a través de la coquetona cocina estilo inglés antiguo. Nos costó bastante trabajo pasarle por la puerta trasera, porque se había puesto muy rígido. Y no me refiero a su carácter, aunque siempre que le venía en gana había actuado como un tirano. Ahora estaba rígido, sencillamente, porque el rigor mortis había endurecido sus músculos. Pero no nos arredramos por ello. Le dimos unas cuantas patadas hasta que se dobló por el medio y pudimos hacerle pasar por el marco de la puerta. Luego, lo arrastramos por el porche y los seis escalones de la entrada hasta dejarlo sobre el césped. - ¡Pesa una tonelada! - exclamó Jonathan, resoplando y jadeando mientras se secaba el sudor que resbalaba por su frente. - Nada de una tonelada - dijo Jessica -. En realidad, menos de ochenta kilos. Somos trillizos y nos parecemos en un montón de cosas, pero también nos diferenciamos en muchos pequeños detalles. Jessica, por ejemplo, es la más pragmática de los tres, mientras que Jonathan tiende siempre a la exageración, a la fantasía... y a soñar despierto. Yo estoy, en cierto modo, entre los dos extremos. ¿Una especie de soñador pragmático, tal vez?
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